Yo le había hablado de forma apasionada de mi pueblo, de la ALAMEDA, del Sabinar,
lugar misterioso de mágicos atardeceres. Mi amigo, viajero incansable, tomó nota.
-¡Pues pase por allí!-, me dijo. Y se adentró en el bosque entre sabinas y enebros,
fue al atardecer, unas pequeñas nubes se convirtieron en negros nubarrones, la lluvia
se hizo intensa y JÚPITER empezó a repartir rayos. ¡Qué os voy a contar de las
tormentas en el Sabinar!.Me dijo:
– Me metí debajo de una sabina y con el resplandor de un rayo vi una casa medio
derruida y vi, o me pareció ver, un hombre con una piedra enorme al hombro que se
movía pesadamente ajeno a la tormenta . Le grité -¡Hola!, pero entre el resplandor de
los rayos , el ruido de los truenos y la intensa lluvia era difícil que me oyera . De
repente quedó todo oscuro y a la luz fantasmal del siguiente rayo ya no lo vi. Sentí
miedo y me fui corriendo calándome hasta los huesos. Llegue al pueblo exhausto y
con el rostro CETRINO.
Por saber si al que había visto era al tío Veguillas le pregunté si había llevado bota y
merienda
.- ¡No! ¿Por qué?. Con gesto ambiguo le seguí preguntando para indagar por donde
había estado . Me explicó y deduje que había estado en la paridera del “Cántara” o
“Alcántara “ o como se diga y supuse que en nuestras múltiples conversaciones sobre
Maranchón le habría contado la historia del susodicho y su imaginación habría hecho
el resto.
-¡No me digas que has visto al espíritu del “Cántara”! le dije. Y entonces me miró
sorprendido y me respondió:
-¿Y ese quién es?….. Y a mí, que soy bastante escéptico, me asaltaron algunas
dudas.
Alejandro Sacristán Martínez