Si te quedas un rato sentado aquí, verás que es sin duda un lugar privilegiado para disfrutar del desfile. Hay abuelos, madres, y adolescentes llenos de dudas. Hay amigos, bebés en sus carritos, y míticas parejas de ex novios. Y hay familias enteras también. Hay los de toda la vida, vecinos, recién llegados y viejos desconocidos paseando cada uno sus historias bajo los mismos árboles y sus hojas de color cetrino.
De entre todas las vidas que pasaban delante de mí, reparé en un par de pequeños que, subidos a dos triciclos, rodeaban a sus padres en divertidas elipses llenas de energía.
Por un momento pensé: Es curioso; Les queda toda una vida por vivir. Tienen el mundo justo ahí fuera, entero, para ellos. Podrán conocer a miles de personas y llenar de momentos increíbles esos pies que hoy impulsan sus triciclos. Y sin dejar de mirarles, y como si pudieran escucharme casi quise decirles…”No sé nada de lo que os depara este viaje y sin embargo, sí sé algo y es que desde ahora mismo os vais a dejar para siempre un trocito de alma exactamente en este lugar. Da igual donde estéis, dónde viajéis, o dónde os perdáis. En el mundo, en la luna o en Júpiter y cada uno de sus kilómetros, porque volveréis siempre. Volveréis porque aquí, desde la Hermita hasta la Plaza de Toros es donde os pasarán esas cosas que uno no quiere sacar jamás de su maleta.
Y entonces sentí por un instante esos celos bellísimos de querer volver al momento donde tu historia empieza a echar raíces sin permiso.
Si te quedas un rato sentado aquí, verás que La Alameda es sin duda un lugar privilegiado para disfrutar del desfile precioso del paso de la vida.