Amaneció gris y frío, el día.

    De golpe desapareció el verano, las hojas de los árboles tomaron un color cetrino.Un  “día de perros” a finales de Septiembre. Suele pasar en este pueblo, aquí el frío llega sin pedir permiso a cualquier hora, sea en Agosto, o incluso en Julio a veces.

    Recuerdo de niño un día como este, correteando por la alameda, casi sólo, añorando la algarabía de tantos niños que hacía apenas unas semanas jugaban al “hinque”, al “bote bolero”, al “corta hilos “en la pista, o a “la vuelta del tío Macario” en la plaza de arriba. Resonaban en mis oídos  los ecos de la música del “pick-up” que durante  todo el verano, por las tardes, “el Manolito” se había encargado de poner en marcha para amenizar los paseos del  personal carretera arriba, carretera abajo y  las tertulias que se formaban alrededor del porrón de vino en la puerta de los bares del “tío Félix”y del “Anselmo” (el de Clares), o del Bar del “Carraco”que estaba frente al frontón, donde se refrescaban los mozos al terminar sus partidas de pelota a mano, con cervezas recién sacadas del pozo, que “el Fidel” tenía justo a la entrada del bar.

    La música se podía escuchar desde cualquier parte del pueblo, desde el  lavadero,  desde el camino de la ermita o desde el “alto llano”, donde a los chavales nos gustaba tumbarnos a mirar las estrellas, ¿buscando a Júpiter quizás?. 

    Recordaré siempre a mis amigos, hijos del pueblo, cuyos padres habían tenido que emigrar a Madrid y a otras capitales ,  buscando trabajo, que después “del Cristo”, con pena, tenían que dejar Maranchón, preguntándose: ¿cuándo podrían volver a correr esas calles de nuevo?.

    – Adiós chicos, ¿cuándo volvéis?- les decía al despedirnos.

   – No sé…- contestaban.

    Yo me alegraba siempre cuando volvían.

Pedro Tello Atance

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