Siempre he pensado que cualquier camino es un paseo donde la mente vuela. Y hoy empezó a volar a mi pueblo, ese que no lo es, pero como si lo fuera. Porque yo soy de capital. Pero el pueblo de mi madre es mi pueblo.
Me encanta pasear y ver las constelaciones sin tanta contaminación lumínica y descubrir lo fácil que es ver a Júpiter en nuestro maravilloso cielo plagado de estrellas. El paseo por la Alameda es acogedor, árboles de grandes copas y altos como el humo en invierno de sus chimeneas. Miras sus hojas y cuando el otoño se acerca su cetrino color se combina con ocres y verdes oscuros señal de que el invierno está a la vuelta. Me gusta pasearlo con la bici, me recuerda cuando en verano lo frecuentaba más a menudo y buscaba a mis amigos para salir y dar una vuelta. Me gusta en invierno cuando el manto blanco lo cubre más o menos según la nieve caída, pero siempre en silencio. El aire frío refresca mi cara, y pequeños copos se forman en mi mano.
Cuando ando por sus calles me imagino con un vestido de época y como entrar en las casas enormes era como un palacio. Murmullos de gente al pasar, ventanas con hermosas rejas labradas, esos balcones de forja con detalles curiosos y maravillosos. ¡Cuánta riqueza callada y silenciosa!. Abro mis ojos,, solo ha sido un sueño, aquí estoy en mi cuarto mirando el frío blanco del techo. ¡ Cuánto te echo de menos mi pueblo!
Pilar Rodríguez Gotor