Era el día de la Virgen de los Olmos, que en aquel entonces se celebraba el 8 de Septiembre. Estaba todo el pueblo en la ermita, las mujeres con sus mejores vestidos, y los hombres, hasta los niños, con traje y corbata.
ERA UN DÍA PRECIOSO! La ermita estaba a rebosar y fuera los hombres con su cigarro y los chiquillos con su pitillo de sielva, metiéndose por los troncos huecos de los viejísimos olmos que entonces habían. Cuando terminó la misa mayor, toda la gente bajaba por la cuesta de la ermita y se dirigía a la pista de baile que estaba en la alameda. Mi familia estuvo bailando hasta que terminó la música, después, ronda de vermú, El Carraco, El Félix, El de Clares y La Fonda. Entonces todos juntos, se dirigieron a casa a comer. Ya en casa, la abuela, pegó un brinco y dijo: «LA COMIDA HA DESAPARECIDO, NO ESTÁ!» Todos empezaron a buscar la comida, eran 11 las personas, la abuela, tíos y primos, pero faltaba uno…y la comida! Decidieron entonces desperdigarse por el pueblo buscando al… TÍO JESÚS. Por fin lo encontraron, estaba tumbado bajo un chopo en la alameda con las manos cruzadas encima de su barriga. Le preguntaron: «Jesús, ¿sabes algo de la comida que había preparado la abuela?.» La cara de Jesús se volvió color cetrino y dijo: «Por júpiter, fui a casa y pensé, cuánta comida habrán hecho, que tanto les ha sobrado y… ME LA COMÍ».
María García Giner