D. Benito Pérez Galdós escribió, como todo el mundo sabe, una excepcional obra literaria conocida como «Episodios Nacionales». Sin embargo, lo que quizás no se conozca demasiado por la mayoría de la gente (incluyendo, sospecho, a los propios maranchoneros) es la alusión, breve pero cargada de cariño, que este autor hace de Maranchón y de sus gentes.
Tal hecho se produce en el episodio que lleva por título «Narvaez», encuadrado en la Cuarta Serie que es, con toda probabilidad, la más lograda de toda la obra. En ella, por situarnos históricamente, se narran los acontecimientos acaecidos desde la proclamación como reina de Isabel 11 hasta la revolución del 68; más o menos 25 años cruciales de la historia decimonónica española.
Pues bien, en el capítulo X del «Narvaez», nos encontramos con uno de los principales personajes galdosianos, Pepe Fajardo, Marqués de Beramendi, descansando en la villa de Atienza cuando, de repente, leemos: «La soledad de Atienza se alegró estos días con la llegada de los maranchoneros … « Tras esta breve introducción, pasa Galdós a una descripción histórica y etnológica cuando, en boca del personaje Fajardo escribe: «Son éstos habitantes del no lejano pueblo de Maranchón, que desde tiempo inmemorial viene consagrado a la recría y tráfico de mulas. Ahora recuerdo que el gran Miedes … (arqueólogo y erudito amigo de Fajardo, que simboliza en la obra galdosiana la España eterna y tradicional, apasionada por ritos y costumbres ancestrales en contraposición con la época liberal y modernista en la que vivía) … veía en los maranchoneros una tribu cántabra, de carácter nómada, que se internó en el país de los Antrigones y Vardulios, y les enseñaba el comercio y la trashumación de ganados.» Antrigones y Vardulios fueron antiguos pueblos de la España preromana que ocuparon el territorio de las actuales provincias de Alava y Guipúzcoa, formando parte del grupo que los especialistas han denominado franco-cántabro- pirenaico.

Una vez obtenido el origen primigenio maranchonero, el autor se adentra en un exhaustivo relato de su actual situación (obviamente, la que Galdós, que escribe este episodio en 1902, recrea de lo acaecido a mediados del XIX); así, dice: «Ello es que recorren hoy ambas Castillas con su mular rebaño, y por su continua movilidad, por su hábito mercantil y su conocimiento de tan distintas regiones, son una familia, por no decir raza, muy despierta, y tan ágil de pensamiento como de músculos’ . Y a continuación, nos 4 ofrece una pincelada de su carácter, mitad festivo, mitad mercantil, cuando indica que: «Alegran a los pueblos y los sacan de su somnolencia, soliviantan a las muchachas, dan vida a los negocios y propagan las fórmulas del crédito: es costumbre en ellos vender al fiado las mulas, sin más requisito que un pagaré cuya cobranza se hace después en estipuladas fechas; … » Es digno de resaltar que la idea de «comerciantes» aparece repetidamente a lo largo del relato, adjetivada por Galdós con otras, no menos interesantes, a las que podríamos designar con los calificativos de «enseñantes», «animadores» o «precursores y propagadores» de las modernas relaciones y normas mercantiles.
«Traen las noticias antes que los ordinarios, y son los que difunden por Castilla los dichos y modismos nuevos de origen matritense o andaluz»
D. Benito Pérez Galdós . «Episodios Nacionales»
A continuación, Fajardo (o Galdós, que es decir lo mismo) señala otras dos características que, al menos en mi opinión, van a conformar la manera de ser maranchonera, cuando escribe: «Traen las noticias antes que los ordinarios, y son los que difunden por Castilla los dichos y modismos nuevos de origen matritense o andaluz». Es decir, lo que en palabras de nuestra época llamaríamos «transmisores de acontecimientos» y «difusores del lenguaje vivo y popular»; o lo que es lo mismo, emisores de cultura en su sentido más amplio y noble. A continuación, Fajardo (o Galdós, que es decir lo mismo) señala otras dos características que, al menos en mi opinión, van a conformar la manera de ser maranchonera, cuando escribe: «Traen las noticias antes que los ordinarios, y son los que difunden por Castilla los dichos y modismos nuevos de origen matritense o andaluz». Es decir, lo que en palabras de nuestra época llamaríamos «transmisores de acontecimientos» y «difusores del lenguaje vivo y popular»; o lo que es lo mismo, emisores de cultura en su sentido más amplio y noble.
«Su traje es airoso, con tendencias al empleo de colorines, y con carreras de moneditas de plata, por botones, en los chalecos; calzan borceguíes; usan sombrero ancho o montera de piel; … «
D. Benito Pérez Galdós . «Episodios Nacionales»
Pero no es menos atractivo el cuadro galdosiano sobre la forma de vestir maranchonera. Oigamos de nuevo a Galdós: «Su traje es airoso, con tendencias al empleo de colorines, y con carreras de moneditas de plata, por botones, en los chalecos; calzan borceguíes; usan sombrero ancho o montera de piel; … «. Me parece estar oyendo viejas historias en las frías noches veraniegas, andando y desandando la carretera.
Y en lo referente al atavío de las mulas, escribe: «adornan sus mulitas. con rojos borlones en las cabezas Y. pretales, y les cuelgan cascabeles para que al entrar en los pueblos anuncien y repiqueteen bien la errante mercancía.»
Si quedase alguna duda sobre el cariño, e incluso la admiración galdosiana, hacia Maranchón quedaría plenamente despejada al leer el siguiente párrafo en donde se da una imagen de tratante honrado, bien diferente a la imagen que la literatura o el cine nos han dado de los miembros (no maranchoneros, por supuesto) de dicha profesión. Así: «Todo Atienza se echó a la calle a la llegada de los maranchoneros con ciento y pico de mulas preciosas, bravas, de limpio pelo y finísimos cabos, y mientras les daban pienso, empezaron los más listos y charlatanes a dar y tomar lenguas para colocar algunos pares.»
Aunque no todo era el negocio, pues su carácter de portadores de noticias, les hacía entender otras cuestiones relacionadas con la cortesía y la buena vecindad, tal como lo describe nuestro autor, al decir: «En mi casa estuvieron dos, sobrino y tío, que a mi madre conocían; más no iban por el negocio de mulas, sino por llevarno memorias y regalos de mi hermana Librada y de su familia».
Otro dato interesante, aunque de tipo alimenticio, nos ofrece Galdós, cuando dice: «Obsequiados los mensajeros con vino blanco y roscones, de que gustaban mucho, se enredó la conversación … «
La última información que podemos extraer del «Narvaez», y por extensión de todos los Episodios, es que D. Benito debió conocer con bastante profundidad a las gentes de Maranchón. Y no sólo por lo anterior, que ya seria suficiente para afirmarlo, sino porque él mismo, buen conocedor de comarcas próximas (tanto Sigüenza como Atienza ocupan con luz propia una parte importantísima de los Episodios Nacionales) escribe, como acabamos de ver, que su madre, la de Fajardo, conocía a dos maranchoneros y, además, que su hermana Librada tenía tierras en Maranchón. Así lo indica, al decir: «Si no lo he dicho antes, ahora digo que mi hermana mayor, casada en Atienza con un rico propietario, primo nuestro, había trasladado su residencia, en abril de este año, a Selas, y de aquí a Maranchón, por el satisfactorio motivo de haber heredado mi primo tierras muy extensas en aquellos dos pueblos». Evidentemente, es una mera suposición con muy pocas posibilidades de contrastación, pero en mi opinión y de la lectura de lo que antecede es fácil deducir que así debió ocurrir.
En cualquier caso, no quisiera terminar sin hacer un breve resumen de lo más sobresaliente que se puede encontrar en lo que me atrevería a denominar el «Maranchón galdosiano».
En primer lugar, que es más que una familia, casi una raza. Y, por añadidura, «ágil de pensamiento y de músculos».
En segundo lugar, su carácter nómada, trashumante y mercantil, claramente innovador de los usos y costumbres del tráfico comercial.
En último lugar, pero no por eso lo menos importante, su función social de difusores de cultura, trayendo y llevando de lugar en lugar lengua, costumbres y modas, contribuyendo al progreso de la sociedad en la que vivan.
Muchas veces me he preguntado el «por qué» desde que llegué por vez primera a Maranchón, en el verano del 68, me he sentido plenamente enganchado» al pueblo y a sus gentes. Es muy posible que en la lectura de este artículo tenga la respuesta.
Tomás Buiza Cortés
Publicado en «El Boletín de La Migaña» en marzo de 1990.