El mundo empieza donde acaba mi terraza, al menos eso pienso.
Si giro el cuerpo siento que me encuentro en otro planeta… un Júpiter lejano, solitario,
sombrío, donde toda yo me oscurezco. Hasta mi piel se torna cetrina.
Solo esa luz natural, que a través de mi ventana se cuela espaciada en el tiempo, da algo de
respiro a la penumbra que habita en mi casa, en mi vida… en mi alma.
El paso de los días varía mi estado de ánimo. Miedo al principio, alegría contenida, tristeza,
altos y bajos que van cambiando mientras el tiempo transcurre.
Nada volverá a ser lo mismo. “Nueva normalidad” lo llaman. Y yo, lo único que anhelo es
Pasear sin prisas por la alameda de mi niñez en la que todo iba muy despacio, como a cámara
Lenta. Los monstruos desaparecían al llegar la luz del día… ahora no.
A través de mi terraza, ese mundo que asusta se va recomponiendo y cada fotograma
empuja mi ánimo.
Respiro hondo, ya son las ocho y los aplausos logran ahogar al monstruo.

Paloma Baena Romero

Ir al contenido